José Antonio Pascual Trillo, presidente de la sección
española de Amigos de la Tierra, es profesor de Biología y Geología y
diplomado de postgrado en ciencias ambientales. Ha sido consejero técnico
en el Instituto para la Conservación de la Naturaleza de España (ICONA) y
secretario general del comité español de la Unión Mundial para la
Naturaleza. Ha escrito varios libros sobre medio ambiente y biodiversidad,
faceta por la que en 1996 obtuvo el premio de divulgación científica «Casa
de las Ciencias» de La Coruña.
José Antonio Pascual Trillo.
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-¿Qué es la biodiversidad?
-Según la definición utilizada por el Convenio sobre la Diversidad
Biológica, o biodiversidad, ésta significa toda la variedad de formas de
vida desde el ámbito de lo genético, es decir, variedad de genes o de
formas genéticas, al ámbito de lo ecológico: variedad de ecosistemas;
pasando, lógicamente, por el ámbito de las especies: la variedad de
especies. En resumen: biodiversidad es sinónimo de cualquier forma de
variedad de la vida.
-Has definido la crisis actual de la biodiversidad como una de las
mayores preocupaciones ambientales de nuestra época. ¿Cuál es la situación
actual de la biodiversidad en el contexto histórico?
-En el contexto histórico humano, es decir, desde que la humanidad
tiene una conciencia histórica, la situación es la peor que ha habido
hasta ahora: nunca antes en los 10.000 años de historia humana hubo una
situación tan preocupante para la biodiversidad. Los peores momentos
estarán por venir en los años próximos de seguir las actividades humanas
en la línea en la que van, y la razón estriba en que nos encontramos en un
punto límite en cuanto a los efectos negativos que debemos esperar de la
destrucción de los ecosistemas naturales que albergan a las especies
silvestres. Actualmente los mayores efectos de nuestras actuaciones, en
términos generales, proceden de las consecuencias de la destrucción de los
hábitat naturales de los que dependen los seres vivos, mientras que hace
doscientos años los efectos más acusados fueron probablemente los de la
explotación directa de algunas especies mediante su caza o extracción en
los lugares donde habitaban y que eran ocupados en los ímpetus
colonizadores expansionistas aparecidos con los nuevos medios de
transporte y la capacidad de los europeos de llegar donde antes no podían.
Si nos referimos a un ámbito geohistórico, es decir, a los 4.000
millones de años de historia de la vida o, de una forma más concreta, a
los 600 millones de años en los que ha habido vida pluricelular comprobada
a través de los fósiles, entonces la cuestión es más relativa, dado que se
han reconstruido cinco momentos anteriores en los que hubo procesos de
extinción masiva de las especies, conocidos como grandes catástrofes en
masa. El más conocido de ellos es el que acabó con los dinosaurios, entre
otros grupos, aunque ni siquiera fue el más aniquilador de los cinco: a
finales del Pérmico, prácticamente una de cada nueve especies de animales
marinos desaparecieron en un periodo corto de tiempo. En todos los casos,
fuera cual fuera el motivo o los motivos desencadenantes de la catástrofe,
un cambio climático global se vio implicado en el proceso. También en
todos los casos la vida tardó en recuperarse una larga decena de millones
de años. Lo terrible es que hoy estaríamos iniciando un proceso de este
tipo debido a las profundas alteraciones que estamos generando en el
planeta. Por primera vez, una especie sola, nosotros, sería la responsable
de una catástrofe en masa de la biodiversidad.
-En tus escritos has denunciado la asimetría existente entre el capital
natural y el capital humano y económico. Citas unos versos de Machado:
"Todo necio confunde valor y precio".
-Actualmente algunos economistas están volviendo los ojos hacia el
concepto de capital, que habían limitado de forma absurda al capital
generado por las actividades humanas. Hay un capital natural, del que, a
menudo por transformación, generamos capital humano. Ignorar la existencia
y el valor del capital natural significa ignorar que dependemos
absolutamente de los recursos naturales y de los servicios ecológicos de
la naturaleza; por ejemplo, el hecho de que las plantas realicen la
fotosíntesis captando la energía solar y transformándola en energía
química representa que, en última instancia, ellas son la fuente de todos
los alimentos que tomamos. Del mismo modo, recordar la famosa sentencia de
Antonio Machado nos sirve para advertir que demasiado a menudo creemos que
el precio que asignamos a las cosas es la única medida de su valor: eso es
lo que el viejo maestro calificaba de necedad, y, desde luego, es una de
las estupideces más cometidas en nuestro tiempo. Reconstruir la forma de
entender la economía de forma que integre y parta de la base de cómo
funciona la naturaleza, es decir, que tenga en cuenta la ecología, es la
única forma de salir del terrible atolladero a que nos ha llevado una
economía demasiado necia.
-Presides la sección española de una organización implantada en
numerosos países. Sin embargo, el ciudadano no iniciado percibe en el
movimiento ecologista una miríada de pequeñas organizaciones que no
parecen capaces de articular una alternativa real.
-Amigos de la Tierra (Friends of the Earth) es una amplia red de
66 organizaciones ecologistas que se extiende por otros tantos países,
cada una de ellas con gran capacidad autónoma. En realidad es la red
ecologista mundial más amplia que existe y, junto con Greenpeace, la más
influyente. Cada una de estas redes integra a varios millones de socios y
cientos o miles de activistas: no pueden, por tanto, considerarse
organizaciones pequeñas, aunque en dichas redes se integran organizaciones
regionales o locales de pequeño tamaño formando parte del conjunto.
Nosotros en España tenemos abiertas catorce sedes locales, tres centros de
información denominados Red Iris y una sede central en Madrid.
Pertenecemos a eso que se ha dado en llamar el movimiento ecologista junto
a otras muchas organizaciones en muchos países y con ámbitos locales,
regionales o internacionales. Como todo movimiento social, comprende un
amplio grado de opciones diferentes en cuanto a la forma de organizarse,
de actuar o de plantear sus propuestas. Creo que eso es bueno, porque
también representa diversidad de opciones. Lo importante no es tanto la
uniformidad como el que todas denunciamos un mundo injusto e insostenible,
un mundo que tiene que cambiar su forma de actuar para poder seguir siendo
vital y habitable.
-Se ha acusado a las llamadas organizaciones no gubernamentales de
pretender suplantar la función de las instituciones, tareas para las que
en realidad no están preparadas, pues carecen de capacidad legislativa y
ejecutiva.
-Hay que decir que el movimiento ecologista no actúa como un partido
político en el sentido de presentar propuestas de gobierno, aunque algunas
organizaciones se hayan transformado en parte de los llamados partidos
verdes y algunos dirigentes ecologistas actúen también en el ámbito de los
partidos políticos. Nosotros actuamos de forma independiente a los
partidos políticos, aunque nuestra actividad es claramente política si por
ello entendemos la formulación de propuestas acerca de la organización y
la forma de actuar de la sociedad. También creemos que es importante
avanzar en el sentido de proponer alternativas y no sólo generar
denuncias, sin abandonar en absoluto ese papel de "mala conciencia" de una
sociedad injusta y ambientalmente insana. La mayor parte de las
alternativas que se han acordado en las reuniones internacionales sobre
medio ambiente y desarrollo de Naciones Unidas han surgido previamente del
movimiento ecologista, del mismo modo que seguimos siendo la principal
fuente de alternativas al modelo insostenible de desarrollo económico que
causa la crisis ambiental. Luego, los partidos políticos y los gobiernos
aceptan, con cuentagotas, eso sí, muchas de las ideas que los movimientos
sociales vamos proponiendo y que siempre son acusadas de utópicas en el
momento inicial de ser propuestas. El problema es que las aceptan e
integran demasiado tarde y a menudo no llegan a convertirlas en acciones
reales, de manera que la situación se agrava. En cualquier caso, es cierto
que mucha gente tiene una impresión poco nítida de nosotros y de nuestras
propuestas y alternativas más allá de informaciones a menudo sesgadas o
interesadas. Ello es debido en muchos casos a nuestra escasa capacidad
para llevar fácilmente nuestras propuestas al gran público, un problema
que caracteriza a las sociedades modernas en las que el control de la
información es parte del poder, con todo lo que eso supone.
-La cumbre de Río de Janeiro de 1992 pareció implicar un antes y un
después en el tratamiento institucional de la biodiversidad, pero ¿cuál es
la situación diez años después?
-Para casi todo lo relacionado con el medio ambiente, Río parecía que
iba a significar un hito y, desde luego, sobre el papel lo fue. Los
gobiernos acordaron declarar que había que cambiar el modelo de desarrollo
económico y sustituirlo por un modelo verdaderamente sostenible, algo que
los ecologistas veníamos diciendo desde al menos quince años atrás. En el
campo concreto de la biodiversidad, la aprobación del Convenio fue un
logro importante, aunque ciertos aspectos clave quedaron sin concretar. Un
pésimo indicio, sin embargo, fue que Estados Unidos no lo firmara; luego,
con la administración Clinton, lo firmó, aunque aún no se ha ratificado y
no parece que la nueva presidencia de Bush vaya a hacerlo. Otro avance
importante fue la aprobación del Protocolo de Cartagena de Indias, que
completaba aspectos del Convenio relativos a la bioseguridad: cómo hacer
valer el principio de precaución y la soberanía de los estados sobre sus
recursos genéticos de cara a controlar las nuevas biotecnologías y limitar
los riesgos derivados de ellas. De todas formas, hoy, diez años después,
podemos decir que, lamentablemente, los avances se mantienen en el campo
de los documentos, pero no de su cumplimiento efectivo: no podemos decir
que, operativamente, el Convenio haya generado cambios reales eficaces en
la conservación de la biodiversidad, el reparto equitativo de los
beneficios generados por su uso y la sustitución de formas de explotación
intensiva de esos recursos por formas de uso sostenible que no menoscaben
o reduzcan la biodiversidad en ninguno de sus componentes, ni genético, ni
de especies, ni de ecosistemas. Una vez más, el reconocimiento del
problema e, incluso, el acuerdo sobre la orientación que deben tomar las
cosas para solucionarlo no han conducido aún a la puesta en práctica de
las alternativas identificadas. En eso estamos hoy, aunque con diez años
de retraso respecto a Río.
-¿Es de esperar un cambio sustancial en la próxima cumbre en Sudáfrica?
-Lamentablemente, la inminente Cumbre de Johannesburgo llega en un
momento internacional que permite albergar pocas esperanzas desde el lado
de los gobiernos: la situación de parálisis mundial de todos los posibles
avances en la mundialización de la protección ambiental derivada del
efecto profundamente reaccionario ejercido por el liderazgo del presidente
norteamericano no permite muchas alegrías. La constatación de que el
propio Bush es rehén de los intereses de las grandes compañías eléctricas
y petroleras norteamericanas, evidenciado de forma particular en el
asombroso fiasco de la empresa Enron, hace que actualmente la política
ambiental y económica de la nación más poderosa de la Tierra, la única
superpotencia efectiva que ejerce de tal, esté determinada por los
intereses de las grandes empresas que auparon con sus apoyos financieros
la campaña del actual presidente. Solamente una actitud mucho más decidida
de Europa en el ámbito de la comunidad internacional puede romper el
bloqueo que la administración norteamericana está ejerciendo sobre
cualquier atisbo de avance en materia ambiental. En estos momentos sólo
cabe esperar impulsos positivos desde el ámbito gubernamental, a mi
juicio, de la coincidencia de esfuerzos entre la Unión Europea y varios de
los países del llamado grupo 77 que agrupa a los países menos
desarrollados. De la misma forma que a pesar de todo se está produciendo
un lento progreso en la marcha del Tribunal Penal Internacional, con la
fuerte oposición de Estados Unidos y, en este caso, China y Rusia, cabría
esperar que el liderazgo europeo con acuerdos en terceros países pudiera
impulsar la estancada situación de la protección medioambiental y la
evolución hacía formas más sostenibles de desarrollo. Por otro lado, sin
embargo, existe una nueva esperanza derivada de la creciente organización
e influencia de la llamada sociedad civil, es decir, el ámbito de las
organizaciones no gubernamentales que han iniciado un impulso fuerte en la
dirección contraria a los intereses de la globalización económica dirigida
por las grandes corporaciones empresariales y financieras. La ilusionante
idea contenida en el lema que abanderó el Foro Social de Porto Alegre:
"Otro mundo es posible", es, ahora mismo, el mayor capital humano de
avance frente a las posiciones inmovilistas dominantes. De lo que en
Sudáfrica se acuerde puede depender gran parte de las posibilidades de
vislumbrar una necesaria y urgente salida a la crisis ambiental y de
desarrollo humano que padecemos, pero no hay que olvidar que desde hace ya
unos cuantos años, en las grandes reuniones internacionales no sólo se dan
cita los jefes de estado y de gobierno, sino también las organizaciones no
gubernamentales y los movimientos sociales que claman por la construcción
de otro mundo más saludable, sostenible y justo.
-¿Interés privado y bien común son compatibles?
-Depende de qué signifique interés privado. Si interés privado
significa el interés egoísta de los poderes económicos que impulsan ese
proceso de privatización de la economía mundial que algunos llaman
globalización económica, creo que claramente no. Si por interés privado
entendemos el bienestar individual de las personas y una forma de vida
digna y saludable, entonces sí.
Es absolutamente indispensable que haya poderes públicos
democráticamente elegidos y que actúen de forma participativa, es decir,
integrando a la gente en la toma de decisiones, para que se controle la
compatibilidad entre el interés privado y el bien común, priorizando
siempre que se alcance el segundo. La política, entendida como la forma de
solucionar la organización de la sociedad por cauces democráticos y
participativos, debe estar por encima de la economía. Eso significa que
los poderes políticos han de ser elegidos y controlados por los ciudadanos
que los eligen. Las empresas no son instituciones democráticas, ya que la
mayoría de nosotros no tenemos posibilidad alguna de elegir a los
ejecutivos ni a los miembros de los consejos de administración ni
intervenir en sus decisiones, y, por tanto, deben estar supeditadas a las
instituciones democráticas, que son de tipo político y representan los
intereses del bien común. La reacción contra esta base democrática de
organizar la sociedad es lo que ha llevado a pretender asegurar la
primacía de los poderes económicos sobre los políticos, empresas
multinaciones que superan en poder a los gobiernos, a escala mundial, y
forman el núcleo que impulsa ideológicamente la llamada globalización
económica con el movimiento ideológico neoliberal por bandera, desde el
que se nos trata de hacer confundir privatización con liberalización. Para
la biodiversidad, la imposición de los intereses de los grandes poderes
económicos sobre el bien común significaría el paso definitivo hacia una
nueva catástrofe en masa de la vida.
-¿Qué pasos deberíamos dar para eludir ese pronóstico?
-En realidad los fundamentos de esos pasos estaban ya apuntados en los
acuerdos de Río. Es cierto que no con el grado y la precisión que algunos
hubiéramos querido, pero el principal problema radica en el total
incumplimiento de aquellas medidas y el retraso en la puesta en marcha de
la mayor parte de los compromisos. No hay que ir muy lejos para advertir
tal incumplimiento: en nuestro propio país la elaboración de la estrategia
para la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad, base
planificada de cualquier actuación dirigida a cumplir los compromisos que
firmamos en Río como estado, se terminó hace más de tres años, es decir,
casi siete tras la reunión de Río. Desde entonces no se ha puesto en
marcha ninguno de sus doce planes sectoriales de actuación, a pesar de
haberse ya pasado el plazo que la propia estrategia fijaba para ello, y ni
siquiera se le ha dado un refrendo legal al documento; de hecho, ni es
ley, ni ha sido llevado al parlamento, por ejemplo. Tenemos, pues, un
bonito documento que ni tiene valor jurídico ni se está cumpliendo.
-¿Cuáles son los objetivos a largo plazo?
-Aunque resulta evidente que la solución real a los graves problemas
ambientales pasa necesariamente por el cambio del modelo de desarrollo
económico que guía las decisiones que se adoptan en el mundo, lo cierto es
que las resistencias a ese cambio que fundamentaba la Agenda 21 aprobada
en Río de Janeiro hace diez años y que guiaba los compromisos incluidos en
los Convenios sobre el Cambio Climático, la Biodiversidad y la Lucha
contra la Desertificación, han conseguido anular de hecho la adopción de
medidas concretas. Ahora, en Johannesburgo será preciso recuperar el
impulso perdido de Río para reorientar la evolución mundial del desarrollo
hacia objetivos de sostenibilidad, solidaridad y equidad social. En el
ámbito concreto de la biodiversidad, por ejemplo, es preciso detener
definitiva y urgentemente el proceso de destrucción veloz de ecosistemas
de altísimo valor ambiental, como los bosques o los arrecifes de coral,
abandonar los intentos de ampliar la privatización y apropiación de la
vida por vía de las patentes hasta incluir los propios seres vivos o sus
genes, reforzar las medidas de bioseguridad que permitan a los países,
incluyendo los más pobres, no quedar a merced de los intereses de las
poderosas empresas biotecnológicas, y lograr que los objetivos del
convenio de biodiversidad queden salvaguardados de los efectos que puedan
ejercer los mecanismos de decisión mercantil que trata de extender la
Organización Mundial del Comercio. Hay que recordar que tales objetivos
son los de conservar la biodiversidad mundial, utilizar de forma
sostenible y asegurar una forma de distribución equitativa de los
beneficios obtenidos por dicho uso a toda la humanidad. Creo que son
objetivos más defendibles y atractivos que los de reducir la biodiversidad
a una mercancía más que quede en manos de los que manejan ese mercado que
es lo único que algunos parecen ver cuando miran el planeta Tierra y sus
habitantes. La cuestión fundamental es responder a la pregunta acerca de
en qué tipo de planeta queremos vivir. Frente al pensamiento único, la
homogeneización y la monotonía que se nos trata de imponer, tanto la
cultura humana como la vida natural han de ser defendidas para que puedan
seguir albergando la condición maravillosa de la diversidad.