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Entrevista con José Antonio Pascual Trillo La insignia

Diez claves sobre biodiversidad y ciudadanía

José Marzo
La insignia. España, 14 de julio de 2002


José Antonio Pascual Trillo, presidente de la sección española de Amigos de la Tierra, es profesor de Biología y Geología y diplomado de postgrado en ciencias ambientales. Ha sido consejero técnico en el Instituto para la Conservación de la Naturaleza de España (ICONA) y secretario general del comité español de la Unión Mundial para la Naturaleza. Ha escrito varios libros sobre medio ambiente y biodiversidad, faceta por la que en 1996 obtuvo el premio de divulgación científica «Casa de las Ciencias» de La Coruña.



José Antonio Pascual Trillo.

-¿Qué es la biodiversidad?

-Según la definición utilizada por el Convenio sobre la Diversidad Biológica, o biodiversidad, ésta significa toda la variedad de formas de vida desde el ámbito de lo genético, es decir, variedad de genes o de formas genéticas, al ámbito de lo ecológico: variedad de ecosistemas; pasando, lógicamente, por el ámbito de las especies: la variedad de especies. En resumen: biodiversidad es sinónimo de cualquier forma de variedad de la vida.

-Has definido la crisis actual de la biodiversidad como una de las mayores preocupaciones ambientales de nuestra época. ¿Cuál es la situación actual de la biodiversidad en el contexto histórico?

-En el contexto histórico humano, es decir, desde que la humanidad tiene una conciencia histórica, la situación es la peor que ha habido hasta ahora: nunca antes en los 10.000 años de historia humana hubo una situación tan preocupante para la biodiversidad. Los peores momentos estarán por venir en los años próximos de seguir las actividades humanas en la línea en la que van, y la razón estriba en que nos encontramos en un punto límite en cuanto a los efectos negativos que debemos esperar de la destrucción de los ecosistemas naturales que albergan a las especies silvestres. Actualmente los mayores efectos de nuestras actuaciones, en términos generales, proceden de las consecuencias de la destrucción de los hábitat naturales de los que dependen los seres vivos, mientras que hace doscientos años los efectos más acusados fueron probablemente los de la explotación directa de algunas especies mediante su caza o extracción en los lugares donde habitaban y que eran ocupados en los ímpetus colonizadores expansionistas aparecidos con los nuevos medios de transporte y la capacidad de los europeos de llegar donde antes no podían.

Si nos referimos a un ámbito geohistórico, es decir, a los 4.000 millones de años de historia de la vida o, de una forma más concreta, a los 600 millones de años en los que ha habido vida pluricelular comprobada a través de los fósiles, entonces la cuestión es más relativa, dado que se han reconstruido cinco momentos anteriores en los que hubo procesos de extinción masiva de las especies, conocidos como grandes catástrofes en masa. El más conocido de ellos es el que acabó con los dinosaurios, entre otros grupos, aunque ni siquiera fue el más aniquilador de los cinco: a finales del Pérmico, prácticamente una de cada nueve especies de animales marinos desaparecieron en un periodo corto de tiempo. En todos los casos, fuera cual fuera el motivo o los motivos desencadenantes de la catástrofe, un cambio climático global se vio implicado en el proceso. También en todos los casos la vida tardó en recuperarse una larga decena de millones de años. Lo terrible es que hoy estaríamos iniciando un proceso de este tipo debido a las profundas alteraciones que estamos generando en el planeta. Por primera vez, una especie sola, nosotros, sería la responsable de una catástrofe en masa de la biodiversidad.

-En tus escritos has denunciado la asimetría existente entre el capital natural y el capital humano y económico. Citas unos versos de Machado: "Todo necio confunde valor y precio".

-Actualmente algunos economistas están volviendo los ojos hacia el concepto de capital, que habían limitado de forma absurda al capital generado por las actividades humanas. Hay un capital natural, del que, a menudo por transformación, generamos capital humano. Ignorar la existencia y el valor del capital natural significa ignorar que dependemos absolutamente de los recursos naturales y de los servicios ecológicos de la naturaleza; por ejemplo, el hecho de que las plantas realicen la fotosíntesis captando la energía solar y transformándola en energía química representa que, en última instancia, ellas son la fuente de todos los alimentos que tomamos. Del mismo modo, recordar la famosa sentencia de Antonio Machado nos sirve para advertir que demasiado a menudo creemos que el precio que asignamos a las cosas es la única medida de su valor: eso es lo que el viejo maestro calificaba de necedad, y, desde luego, es una de las estupideces más cometidas en nuestro tiempo. Reconstruir la forma de entender la economía de forma que integre y parta de la base de cómo funciona la naturaleza, es decir, que tenga en cuenta la ecología, es la única forma de salir del terrible atolladero a que nos ha llevado una economía demasiado necia.

-Presides la sección española de una organización implantada en numerosos países. Sin embargo, el ciudadano no iniciado percibe en el movimiento ecologista una miríada de pequeñas organizaciones que no parecen capaces de articular una alternativa real.

-Amigos de la Tierra (Friends of the Earth) es una amplia red de 66 organizaciones ecologistas que se extiende por otros tantos países, cada una de ellas con gran capacidad autónoma. En realidad es la red ecologista mundial más amplia que existe y, junto con Greenpeace, la más influyente. Cada una de estas redes integra a varios millones de socios y cientos o miles de activistas: no pueden, por tanto, considerarse organizaciones pequeñas, aunque en dichas redes se integran organizaciones regionales o locales de pequeño tamaño formando parte del conjunto. Nosotros en España tenemos abiertas catorce sedes locales, tres centros de información denominados Red Iris y una sede central en Madrid. Pertenecemos a eso que se ha dado en llamar el movimiento ecologista junto a otras muchas organizaciones en muchos países y con ámbitos locales, regionales o internacionales. Como todo movimiento social, comprende un amplio grado de opciones diferentes en cuanto a la forma de organizarse, de actuar o de plantear sus propuestas. Creo que eso es bueno, porque también representa diversidad de opciones. Lo importante no es tanto la uniformidad como el que todas denunciamos un mundo injusto e insostenible, un mundo que tiene que cambiar su forma de actuar para poder seguir siendo vital y habitable.

-Se ha acusado a las llamadas organizaciones no gubernamentales de pretender suplantar la función de las instituciones, tareas para las que en realidad no están preparadas, pues carecen de capacidad legislativa y ejecutiva.

-Hay que decir que el movimiento ecologista no actúa como un partido político en el sentido de presentar propuestas de gobierno, aunque algunas organizaciones se hayan transformado en parte de los llamados partidos verdes y algunos dirigentes ecologistas actúen también en el ámbito de los partidos políticos. Nosotros actuamos de forma independiente a los partidos políticos, aunque nuestra actividad es claramente política si por ello entendemos la formulación de propuestas acerca de la organización y la forma de actuar de la sociedad. También creemos que es importante avanzar en el sentido de proponer alternativas y no sólo generar denuncias, sin abandonar en absoluto ese papel de "mala conciencia" de una sociedad injusta y ambientalmente insana. La mayor parte de las alternativas que se han acordado en las reuniones internacionales sobre medio ambiente y desarrollo de Naciones Unidas han surgido previamente del movimiento ecologista, del mismo modo que seguimos siendo la principal fuente de alternativas al modelo insostenible de desarrollo económico que causa la crisis ambiental. Luego, los partidos políticos y los gobiernos aceptan, con cuentagotas, eso sí, muchas de las ideas que los movimientos sociales vamos proponiendo y que siempre son acusadas de utópicas en el momento inicial de ser propuestas. El problema es que las aceptan e integran demasiado tarde y a menudo no llegan a convertirlas en acciones reales, de manera que la situación se agrava. En cualquier caso, es cierto que mucha gente tiene una impresión poco nítida de nosotros y de nuestras propuestas y alternativas más allá de informaciones a menudo sesgadas o interesadas. Ello es debido en muchos casos a nuestra escasa capacidad para llevar fácilmente nuestras propuestas al gran público, un problema que caracteriza a las sociedades modernas en las que el control de la información es parte del poder, con todo lo que eso supone.

-La cumbre de Río de Janeiro de 1992 pareció implicar un antes y un después en el tratamiento institucional de la biodiversidad, pero ¿cuál es la situación diez años después?

-Para casi todo lo relacionado con el medio ambiente, Río parecía que iba a significar un hito y, desde luego, sobre el papel lo fue. Los gobiernos acordaron declarar que había que cambiar el modelo de desarrollo económico y sustituirlo por un modelo verdaderamente sostenible, algo que los ecologistas veníamos diciendo desde al menos quince años atrás. En el campo concreto de la biodiversidad, la aprobación del Convenio fue un logro importante, aunque ciertos aspectos clave quedaron sin concretar. Un pésimo indicio, sin embargo, fue que Estados Unidos no lo firmara; luego, con la administración Clinton, lo firmó, aunque aún no se ha ratificado y no parece que la nueva presidencia de Bush vaya a hacerlo. Otro avance importante fue la aprobación del Protocolo de Cartagena de Indias, que completaba aspectos del Convenio relativos a la bioseguridad: cómo hacer valer el principio de precaución y la soberanía de los estados sobre sus recursos genéticos de cara a controlar las nuevas biotecnologías y limitar los riesgos derivados de ellas. De todas formas, hoy, diez años después, podemos decir que, lamentablemente, los avances se mantienen en el campo de los documentos, pero no de su cumplimiento efectivo: no podemos decir que, operativamente, el Convenio haya generado cambios reales eficaces en la conservación de la biodiversidad, el reparto equitativo de los beneficios generados por su uso y la sustitución de formas de explotación intensiva de esos recursos por formas de uso sostenible que no menoscaben o reduzcan la biodiversidad en ninguno de sus componentes, ni genético, ni de especies, ni de ecosistemas. Una vez más, el reconocimiento del problema e, incluso, el acuerdo sobre la orientación que deben tomar las cosas para solucionarlo no han conducido aún a la puesta en práctica de las alternativas identificadas. En eso estamos hoy, aunque con diez años de retraso respecto a Río.

-¿Es de esperar un cambio sustancial en la próxima cumbre en Sudáfrica?

-Lamentablemente, la inminente Cumbre de Johannesburgo llega en un momento internacional que permite albergar pocas esperanzas desde el lado de los gobiernos: la situación de parálisis mundial de todos los posibles avances en la mundialización de la protección ambiental derivada del efecto profundamente reaccionario ejercido por el liderazgo del presidente norteamericano no permite muchas alegrías. La constatación de que el propio Bush es rehén de los intereses de las grandes compañías eléctricas y petroleras norteamericanas, evidenciado de forma particular en el asombroso fiasco de la empresa Enron, hace que actualmente la política ambiental y económica de la nación más poderosa de la Tierra, la única superpotencia efectiva que ejerce de tal, esté determinada por los intereses de las grandes empresas que auparon con sus apoyos financieros la campaña del actual presidente. Solamente una actitud mucho más decidida de Europa en el ámbito de la comunidad internacional puede romper el bloqueo que la administración norteamericana está ejerciendo sobre cualquier atisbo de avance en materia ambiental. En estos momentos sólo cabe esperar impulsos positivos desde el ámbito gubernamental, a mi juicio, de la coincidencia de esfuerzos entre la Unión Europea y varios de los países del llamado grupo 77 que agrupa a los países menos desarrollados. De la misma forma que a pesar de todo se está produciendo un lento progreso en la marcha del Tribunal Penal Internacional, con la fuerte oposición de Estados Unidos y, en este caso, China y Rusia, cabría esperar que el liderazgo europeo con acuerdos en terceros países pudiera impulsar la estancada situación de la protección medioambiental y la evolución hacía formas más sostenibles de desarrollo. Por otro lado, sin embargo, existe una nueva esperanza derivada de la creciente organización e influencia de la llamada sociedad civil, es decir, el ámbito de las organizaciones no gubernamentales que han iniciado un impulso fuerte en la dirección contraria a los intereses de la globalización económica dirigida por las grandes corporaciones empresariales y financieras. La ilusionante idea contenida en el lema que abanderó el Foro Social de Porto Alegre: "Otro mundo es posible", es, ahora mismo, el mayor capital humano de avance frente a las posiciones inmovilistas dominantes. De lo que en Sudáfrica se acuerde puede depender gran parte de las posibilidades de vislumbrar una necesaria y urgente salida a la crisis ambiental y de desarrollo humano que padecemos, pero no hay que olvidar que desde hace ya unos cuantos años, en las grandes reuniones internacionales no sólo se dan cita los jefes de estado y de gobierno, sino también las organizaciones no gubernamentales y los movimientos sociales que claman por la construcción de otro mundo más saludable, sostenible y justo.

-¿Interés privado y bien común son compatibles?

-Depende de qué signifique interés privado. Si interés privado significa el interés egoísta de los poderes económicos que impulsan ese proceso de privatización de la economía mundial que algunos llaman globalización económica, creo que claramente no. Si por interés privado entendemos el bienestar individual de las personas y una forma de vida digna y saludable, entonces sí.

Es absolutamente indispensable que haya poderes públicos democráticamente elegidos y que actúen de forma participativa, es decir, integrando a la gente en la toma de decisiones, para que se controle la compatibilidad entre el interés privado y el bien común, priorizando siempre que se alcance el segundo. La política, entendida como la forma de solucionar la organización de la sociedad por cauces democráticos y participativos, debe estar por encima de la economía. Eso significa que los poderes políticos han de ser elegidos y controlados por los ciudadanos que los eligen. Las empresas no son instituciones democráticas, ya que la mayoría de nosotros no tenemos posibilidad alguna de elegir a los ejecutivos ni a los miembros de los consejos de administración ni intervenir en sus decisiones, y, por tanto, deben estar supeditadas a las instituciones democráticas, que son de tipo político y representan los intereses del bien común. La reacción contra esta base democrática de organizar la sociedad es lo que ha llevado a pretender asegurar la primacía de los poderes económicos sobre los políticos, empresas multinaciones que superan en poder a los gobiernos, a escala mundial, y forman el núcleo que impulsa ideológicamente la llamada globalización económica con el movimiento ideológico neoliberal por bandera, desde el que se nos trata de hacer confundir privatización con liberalización. Para la biodiversidad, la imposición de los intereses de los grandes poderes económicos sobre el bien común significaría el paso definitivo hacia una nueva catástrofe en masa de la vida.

-¿Qué pasos deberíamos dar para eludir ese pronóstico?

-En realidad los fundamentos de esos pasos estaban ya apuntados en los acuerdos de Río. Es cierto que no con el grado y la precisión que algunos hubiéramos querido, pero el principal problema radica en el total incumplimiento de aquellas medidas y el retraso en la puesta en marcha de la mayor parte de los compromisos. No hay que ir muy lejos para advertir tal incumplimiento: en nuestro propio país la elaboración de la estrategia para la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad, base planificada de cualquier actuación dirigida a cumplir los compromisos que firmamos en Río como estado, se terminó hace más de tres años, es decir, casi siete tras la reunión de Río. Desde entonces no se ha puesto en marcha ninguno de sus doce planes sectoriales de actuación, a pesar de haberse ya pasado el plazo que la propia estrategia fijaba para ello, y ni siquiera se le ha dado un refrendo legal al documento; de hecho, ni es ley, ni ha sido llevado al parlamento, por ejemplo. Tenemos, pues, un bonito documento que ni tiene valor jurídico ni se está cumpliendo.

-¿Cuáles son los objetivos a largo plazo?

-Aunque resulta evidente que la solución real a los graves problemas ambientales pasa necesariamente por el cambio del modelo de desarrollo económico que guía las decisiones que se adoptan en el mundo, lo cierto es que las resistencias a ese cambio que fundamentaba la Agenda 21 aprobada en Río de Janeiro hace diez años y que guiaba los compromisos incluidos en los Convenios sobre el Cambio Climático, la Biodiversidad y la Lucha contra la Desertificación, han conseguido anular de hecho la adopción de medidas concretas. Ahora, en Johannesburgo será preciso recuperar el impulso perdido de Río para reorientar la evolución mundial del desarrollo hacia objetivos de sostenibilidad, solidaridad y equidad social. En el ámbito concreto de la biodiversidad, por ejemplo, es preciso detener definitiva y urgentemente el proceso de destrucción veloz de ecosistemas de altísimo valor ambiental, como los bosques o los arrecifes de coral, abandonar los intentos de ampliar la privatización y apropiación de la vida por vía de las patentes hasta incluir los propios seres vivos o sus genes, reforzar las medidas de bioseguridad que permitan a los países, incluyendo los más pobres, no quedar a merced de los intereses de las poderosas empresas biotecnológicas, y lograr que los objetivos del convenio de biodiversidad queden salvaguardados de los efectos que puedan ejercer los mecanismos de decisión mercantil que trata de extender la Organización Mundial del Comercio. Hay que recordar que tales objetivos son los de conservar la biodiversidad mundial, utilizar de forma sostenible y asegurar una forma de distribución equitativa de los beneficios obtenidos por dicho uso a toda la humanidad. Creo que son objetivos más defendibles y atractivos que los de reducir la biodiversidad a una mercancía más que quede en manos de los que manejan ese mercado que es lo único que algunos parecen ver cuando miran el planeta Tierra y sus habitantes. La cuestión fundamental es responder a la pregunta acerca de en qué tipo de planeta queremos vivir. Frente al pensamiento único, la homogeneización y la monotonía que se nos trata de imponer, tanto la cultura humana como la vida natural han de ser defendidas para que puedan seguir albergando la condición maravillosa de la diversidad.

 

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